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No hay constancia de que las proteínas espiculares provenientes de las vacunas de ARNm sean perjudiciales para el organismo. Las vacunas se someten a estándares sumamente rigurosos establecidos por la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA, por sus siglas en inglés) de EE. UU. para cumplir con los criterios de seguridad y eficacia. Miles de personas participaron en ensayos clínicos durante varios meses para saber si había efectos secundarios o riesgos asociados a las vacunas. Las vacunas se siguen supervisando para detectar cualquier problema de seguridad o patrones que podrían poner en riesgo el bienestar humano. Hasta ahora no se dispone de ninguna evidencia científica que sugiera que las proteínas espiculares que se generan en nuestro cuerpo a raíz de las vacunas contra la COVID-19 sean tóxicas o dañen los órganos, tal como se afirma en algunas plataformas sociales.
No hay constancia de que las proteínas espiculares provenientes de las vacunas de ARNm sean perjudiciales para el organismo. Las vacunas se someten a estándares sumamente rigurosos establecidos por la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA, por sus siglas en inglés) de EE. UU. para cumplir con los criterios de seguridad y eficacia. Miles de personas participaron en ensayos clínicos durante varios meses para saber si había efectos secundarios o riesgos asociados a las vacunas. Las vacunas se siguen supervisando para detectar cualquier problema de seguridad o patrones que podrían poner en riesgo el bienestar humano. Hasta ahora no se dispone de ninguna evidencia científica que sugiera que las proteínas espiculares que se generan en nuestro cuerpo a raíz de las vacunas contra la COVID-19 sean tóxicas o dañen los órganos, tal como se afirma en algunas plataformas sociales.
Las proteínas espiculares que la vacunación contra la COVID-19 genera en el cuerpo se consideran muy seguras, así provengan de vacunas de ARNm (p. ej., Moderna y Pfizer) o de vacunas de vector viral (p. ej., AstraZeneca y Johnson & Johnson). Estas proteínas espiculares que provienen de la vacunación contra la COVID-19 cumplen una función importante, ya que entrenan el sistema inmunitario para proteger el organismo de la COVID-19.
Las falsas afirmaciones sobre la toxicidad de las proteínas espiculares que proceden de la vacunación contra la COVID-19 con frecuencia tergiversan los estudios y no tienen en cuenta el modo en el que las proteínas espiculares procedentes de la vacunación contra la COVID‑19 se comportan de manera diferente de las que se producen por la infección natural por la COVID-19.
Las vacunas se someten a estándares sumamente rigurosos establecidos por la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA, por sus siglas en inglés) de EE. UU. para cumplir con los criterios de seguridad y eficacia. Miles de personas participaron en ensayos clínicos durante varios meses para saber si había efectos secundarios o riesgos asociados a las vacunas. Las vacunas se siguen supervisando para detectar cualquier problema de seguridad o patrones que puedan poner en riesgo el bienestar humano.
Hasta ahora no se dispone de ninguna evidencia científica que sugiera que las proteínas espiculares que se generan en el organismo a raíz de las vacunas contra la COVID-19 sean tóxicas o dañen los órganos. Las vacunas contra la COVID-19 son relativamente nuevas y todavía se desconocen los efectos secundarios que pueden tener a largo plazo. Sin embargo, han cumplido los estándares de seguridad de muchos gobiernos y agencias internacionales de seguridad.
Contamos con la ayuda de varios sistemas para supervisar la seguridad de las vacunas. En los Estados Unidos, hay sistemas como el Vaccine Adverse Event Reporting System (VAERS), el Vaccine Safety Datalink (VSD), el Post‑License Rapid Immunization Safety Monitoring (PRISM) y el Clinical Immunization Safety Assessment Project (CISA). Los científicos usan estos sistemas para supervisar los efectos secundarios y otros patrones de riesgo generados por las vacunas.
La vacuna contra la COVID-19 se ha administrado a 135 millones de personas en los Estados Unidos. Como es de esperar en cualquier vacuna, algunas personas con la pauta de vacunación completa igualmente se enfermaron, las hospitalizaron o fallecieron. Estos “casos que suponen un avance” representan un porcentaje muy bajo respecto al número de personas vacunadas (<0,001 %) y se están estudiando para descubrir cualquier patrón relevante.
Hasta ahora no se dispone de ninguna evidencia científica que dé credibilidad a las afirmaciones de que las proteínas espiculares generadas por las vacunas circulan por el torrente sanguíneo. Las investigaciones demuestran que las proteínas espiculares se quedan adheridas a la superficie de las células que rodean el lugar donde se ha inyectado la vacuna. Por lo tanto, no hay constancia de que se desplacen a otras partes del cuerpo.
Una diminuta dosis de la vacuna sí que llega al torrente sanguíneo (alrededor del 1 %), pero en cuanto llega al hígado, las enzimas hepáticas la destruyen por completo. Los de EE. UU. se refieren a la proteína espicular producida por la vacuna como “inofensiva”.
Las proteínas espiculares que la vacunación contra la COVID-19 genera en el cuerpo se consideran muy seguras, así provengan de vacunas de ARNm (p. ej., Moderna y Pfizer) o de vacunas de vector viral (p. ej., AstraZeneca y Johnson & Johnson). Estas proteínas espiculares que provienen de la vacunación contra la COVID-19 cumplen una función importante, ya que entrenan el sistema inmunitario para proteger el organismo de la COVID-19.
Las falsas afirmaciones sobre la toxicidad de las proteínas espiculares que proceden de la vacunación contra la COVID-19 con frecuencia tergiversan los estudios y no tienen en cuenta el modo en el que las proteínas espiculares procedentes de la vacunación contra la COVID‑19 se comportan de manera diferente de las que se producen por la infección natural por la COVID-19.
Las vacunas se someten a estándares sumamente rigurosos establecidos por la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA, por sus siglas en inglés) de EE. UU. para cumplir con los criterios de seguridad y eficacia. Miles de personas participaron en ensayos clínicos durante varios meses para saber si había efectos secundarios o riesgos asociados a las vacunas. Las vacunas se siguen supervisando para detectar cualquier problema de seguridad o patrones que puedan poner en riesgo el bienestar humano.
Hasta ahora no se dispone de ninguna evidencia científica que sugiera que las proteínas espiculares que se generan en el organismo a raíz de las vacunas contra la COVID-19 sean tóxicas o dañen los órganos. Las vacunas contra la COVID-19 son relativamente nuevas y todavía se desconocen los efectos secundarios que pueden tener a largo plazo. Sin embargo, han cumplido los estándares de seguridad de muchos gobiernos y agencias internacionales de seguridad.
Contamos con la ayuda de varios sistemas para supervisar la seguridad de las vacunas. En los Estados Unidos, hay sistemas como el Vaccine Adverse Event Reporting System (VAERS), el Vaccine Safety Datalink (VSD), el Post‑License Rapid Immunization Safety Monitoring (PRISM) y el Clinical Immunization Safety Assessment Project (CISA). Los científicos usan estos sistemas para supervisar los efectos secundarios y otros patrones de riesgo generados por las vacunas.
La vacuna contra la COVID-19 se ha administrado a 135 millones de personas en los Estados Unidos. Como es de esperar en cualquier vacuna, algunas personas con la pauta de vacunación completa igualmente se enfermaron, las hospitalizaron o fallecieron. Estos “casos que suponen un avance” representan un porcentaje muy bajo respecto al número de personas vacunadas (<0,001 %) y se están estudiando para descubrir cualquier patrón relevante.
Hasta ahora no se dispone de ninguna evidencia científica que dé credibilidad a las afirmaciones de que las proteínas espiculares generadas por las vacunas circulan por el torrente sanguíneo. Las investigaciones demuestran que las proteínas espiculares se quedan adheridas a la superficie de las células que rodean el lugar donde se ha inyectado la vacuna. Por lo tanto, no hay constancia de que se desplacen a otras partes del cuerpo.
Una diminuta dosis de la vacuna sí que llega al torrente sanguíneo (alrededor del 1 %), pero en cuanto llega al hígado, las enzimas hepáticas la destruyen por completo. Los de EE. UU. se refieren a la proteína espicular producida por la vacuna como “inofensiva”.
El desarrollo, la aprobación y fabricación de vacunas implican procesos rigurosos, el primero de los cuales es la seguridad. Solo si una vacuna se considera segura y eficaz, y los beneficios superan los riesgos, se puede autorizar para administrarla. Varios científicos y expertos de agencias reguladoras, como la FDA, estudian los datos obtenidos de las vacunas y llegan a conclusiones sobre su seguridad y eficacia antes de decidir si su uso es seguro para la población.
El desarrollo, la aprobación y fabricación de vacunas implican procesos rigurosos, el primero de los cuales es la seguridad. Solo si una vacuna se considera segura y eficaz, y los beneficios superan los riesgos, se puede autorizar para administrarla. Varios científicos y expertos de agencias reguladoras, como la FDA, estudian los datos obtenidos de las vacunas y llegan a conclusiones sobre su seguridad y eficacia antes de decidir si su uso es seguro para la población.